Profundizar en la Tabacalera —Por José Ignacio Lanzagorta

Lo mejor de la celebración de los 90 años de Frontón México aún está por llegar. Cumplimos 90 años de ser un epicentro para la cultura, el deporte y la vida social en la Ciudad de México y, como parte de nuestro aniversario, lanzamos una serie de textos firmados por algunas de las voces más fuertes en distintas áreas.

Esperamos que esta entrega, firmada por José Ignacio Lanzagorta, politólogo e investigador independiente, sea de tu interés.

El mayor riesgo al hablar de la colonia Tabacalera es terminar hablando de todo menos de la colonia Tabacalera. La larga base de ese triángulo obtusángulo que conforma el perímetro de la colonia se lleva casi todos nuestros suspiros y fotos en blanco y negro. Incluso pareciera que sus edificios, arrogantes, dan la espalda al pequeño barrio que tienen detrás. La excepción es, quizás, esa extensión de la Avenida Juárez que es la Avenida de la República y que desemboca en el monumento a la Revolución Mexicana: marca ineludible de la ciudad, pero distante corazón de su barrio.

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A veces parece que al profundizar sobre la colonia Tabacalera apenas llegamos a esa Avenida de la República con el monumento y el bello Frontón México. Si acaso también echamos un vistazo al edificio que hoy ocupa el Museo Nacional de San Carlos, pues su anterior uso como fábrica de tabacos en las primeras tres décadas del siglo pasado es el que bautizó el barrio. Algunos se conforman con esto y con el relato del origen del Monumento a la Revolución: que sería un fastuoso palacio legislativo, alineado al Palacio Nacional a través del eje Plaza de la República-Juárez-Madero-Plaza de la Constitución, pero que la interrupción de la dictadura porfirista no permitió continuar.

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A partir de ese relato se sirven dos sopas más: la que busca sazonar la nostalgia aristocrática hablándonos de las mansiones porfirianas que alcanzaron a levantarse ahí. Este platillo es el más sabroso, pues lleva opulencia, arribismo y hasta un escándalo sexual: donde hoy se encuentra el edificio de la Lotería Nacional se levantó alguna vez la mansión de Ignacio de la Torre, famoso yerno de Porfirio Díaz que se le encontró bailando con otros 41 varones a unas cuantas cuadras de su casa. La otra sopa es más insípida, pues nos cuenta cómo al emplearse la abandonada estructura de acero del inconcluso palacio legislativo, el régimen posrevolucionario no sólo hizo un monumento, sino que hizo de la colonia una suerte de barrio del corporativismo de Estado.

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Hasta ahí, la Tabacalera cuenta muchísimo pero tal vez no lo suficiente. Basta reparar aún más en sus tesoros, los ampliamente referidos y los que no tanto. Además del arco legislativo devenido en monumento priísta, están, desde luego, el Frontón México, el edificio del Moro y el Museo de San Carlos. Queda también el Hotel Reforma como uno de los primerísimos trabajos de Mario Pani en la Ciudad de México; o también el edificio de la Alianza Nacional de Ferrocarrileros, de Vicente Mendiola, que se precia de ser el primer edificio Art Déco en México, levantado apenas un año después de la famosa exposición internacional en París de 1925 donde se globalizó este estilo. Menos referido, pero tampoco desconocido, es el edificio del Sindicato Mexicano de Electricistas, mentado no tanto por su belleza sino porque en el cubo de las escaleras está el extraordinario e intenso “Retrato de la burguesía” de un todavía muy combativo David Alfaro Siqueiros.

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Para encontrar un sentido urbano en todo esto, a mí me gusta inspeccionar a la colonia Tabacalera como resultado de proyectos inacabados y espacios residuales de centralidad. Solo así podemos entender tanta heterogeneidad: la intensa actividad burocrática y turística de ese tramo del Paseo de la Reforma; el enorme espacio ceremonial y recreativo de la Plaza de la República, y el contraste que se forma entre la vida en al sur -llena de oficinas, call-centers, sedes sindicales, hoteles y cantinas de políticos- y el polígono que queda al norte, más habitacional, pero también repleto de otro tipo de hoteles, trabajo sexual e indigencia.

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La colonia Tabacalera describe una trayectoria distinta que la de otras urbanizaciones de la segunda mitad del XIX a la primera década del XX. No es ese espacio experimental, ni tampoco responde a los primeros repartos que buscaban soltar el corset habitacional de la Ciudad de México poscolonial como la colonia Guerrero y la Santa María la Ribera.

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Su nombre lo obtuvo más por llenar esa indefinición que por responder a una planeación consolidada. En ese tiempo, las urbanizaciones estaban siendo bautizadas si no como los ranchos donde se situaban. La Tabacalera no. Con el proyecto de hacer ahí el palacio legislativo, la colonia tal vez aguardaba el momento de convertirse en un polo político no solo de la ciudad, sino de la nación. El priísmo la hizo suya. Pero también la oposición. Apenas terminaba de construirse el monumento a la Revolución cuando el PAN celebraba su asamblea constituyente en el Frontón México en 1939 y, un año después, el General Almazán reunía a sus partidarios en la plaza denunciando fraude electoral. Recientemente se volvió popular el dato del encuentro que tuvieron Fidel Castro y el Che Guevara en un edificio de la calle de Emparán. Un barrio político, sin duda.

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Al desincorporarse lentamente la fuerza laboral del Estado, la Tabacalera se vio enfrentada a sí misma sin la carga de este polo político. ¿Qué más símbolo de ese derrumbe que en 1994 acribillaran al Secretario General del PRI en la entrada del Hotel Casablanca? Para colmo, el Frontón México, cerró sus puertas un par de años después en medio de un largo conflicto de la concesión y laboral. La Tabacalera quedó sin espina dorsal. Al menos por unos 15 años, la Plaza de la República quedó como testimonio de las ruinas del sistema político mexicano del siglo XX.

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Con esto, la Tabacalera terminó siendo, en términos urbanos, más producto de la Revolución Mexicana. Un barrio de, por, para y contra el régimen que de ahí se emanó… Y, si nos fijamos, otra vez hemos dejado de hablar de la Tabacalera: de sus problemas, de sus habitantes, de la forma desigual en la que hoy sufre presiones inmobiliarias y renovaciones. Ponerse a hablar de política es quizás uno de los sellos más distintivos de este pedacito de la Ciudad de México.

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La renovación que sufrió la Plaza de la República hace una década, ha convertido al monumento a la Revolución más en un atractivo mirador que en una oda al priísmo, y con la reapertura de Frontón México en 2017, el corazón de la Tabacalera vuelve a latir y ahora de forma distinta. Los mismos elementos que hicieron funcionar este centro de la colonia el siglo pasado han vuelto a funcionar pero ahora bajo un nuevo esquema, ya no como ese barrio político. Esto, ojalá, nos lleve a mirar de cerca lo que por tanto tiempo se ha pasado por alto y poder así, profundizar en la Tabacalera.

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José Ignacio Lanzagorta García es antropólogo urbano y politólogo, doctor en Ciencias Sociales por El Colegio de México. Actualmente es investigador independiente, profesor universitario, editor y guía de paseos por la ciudad. Sus principales líneas de investigación son la antropología del lugar y del espacio urbano en general y asociada al género y a la diversidad sexual en particular. También estudia procesos de patrimonialización y producción de centros históricos desde la perspectiva de la antropología y la historia urbana. Se encuentra actualmente preparando la publicación de su libro de ensayos sobre la Ciudad de México.

#Los90delFrontón

Autor
Tamara Ramírez
Lead Editor